Su infancia transcurrió en el pueblo de Camajuaní, en la provincia de Villaclara, junto a una numerosa famila de más de 20 tíos, abuelos y primos, siendo la única sobreviviente de los tres hijos que tuvo su madre. Su padre debió ser una influencia decisiva en la poeta Tania Díaz Castro, mujer dinámica, incansable, amiga fiel que crece en la memoria, aún cuando hace más de 30 años que no nos vemos.
Vive ahora en Santa Fe, junto al mar habanero, rodeada de sus perros y sus silencios. Está sola, sus hijos han dejado la isla, pero amarrada como un mástil a ese galeón que es Cuba y que amenaza con naufragar, no hay quien la saque de su mundo. Continúa en la Isla y escribe y sueña con esa libertad que todos añoran para el país. Escribe para Cubanet, de Miami, crónicas llenas de pasión y memorias, y apenas ahora si se queja de sus piernas, que ya, dice, no la dejan caminar. Las Ediciones Lunáticas ZV, de París, que dirige Zoé Valdés, acaba de publicar su nuevo libro de poesía Inventar un hombre, y a propósito de esto conversamos sobre su vida y sus proyectos, porque Tania Díaz Castro es, sin duda, un caso único en la literatura cubana, una mujer de largo grito, que no ha cesado de opinar y escribir, que hace años protagonizó otra de las crisis del castrismo con los intelectuales, cuando fue encarcelada durante un año, acusada de intentar crear el Partido de los Derechos Humanos, junto al activista político Ricardo Bofill.
Con 13 años, la familia se mudó a La Habana y desde entonces no ha dejado de vivir y crear allí: “Mi padre leía mucho, me dio a conocer la poesía de Martí, Heredia, Casal, Juana Borrero, Neruda, e hice algunos poemitas que a pesar de ser malos, los guardo con cariño”, recuerda. Como también aquellas clases de ballet que tomó y otras para prepararse y entrar en la Universidad de La Habana, pero debido a la violencia reinante allí entonces su padre se opuso. Y luego cerraron la universidad.
Cuando nos conocimos en La Habana de los años 60, Tania ejercía el periodismo. La recuerdo entonces con el pelo muy negro y semi corto, aquellos ojos de asombro y la franqueza con que hablaba: “Llegué al periodismo en 1963 -responde ante mi pregunta, sobre sus inicios- como una verdadera autodidacta, en la Revista Trabajo, entrevistando a obreros y haciendo reportajes en las fábricas. Luego pasé a la de los Comités de Defensa de la Revolución, años más tarde a Bohemia y por último hice guiones durante ocho años para la emisora Radio Progreso, donde obtuve tres primeros premios a nivel nacional con programas educativos sobre salud y de donde me echaron por motivos que jamás pude saber”.
Puedo compararla a una tormenta tropical, esas que desaparecen tan de súbito como llegaron. Amiga de las verdades, pero siempre volcada sobre sus pasiones, no vacila en comentarme sobre esa revolución que conmocionó su vida y la de todo un país: “Por supuesto que me entusiasmé, como tantos, con la Revolución de Fidel Castro. ¡Qué otra opción había para trabajar! Mi padre, que vivía desde finales de los años 50 en Estados Unidos decidió regresar a Cuba en junio de 1960. Fue la persona que siempre trató de abrirme los ojos para que viera a la Revolución Cubana como una dictadura al estilo de Stalin, Hitler o Trujillo, pero en realidad, mi rompimiento con el sistema no fue brusco ni inesperado. Creo que hasta en los momentos en que más apoyaba al sistema me asaltaban grandes dudas porque, como dije en el poema Todos me van a tener que oír, de 1969: “…no estaba de acuerdo con muchas cosas”. Continúa su relato, “Tal vez por eso cuando tuve mi encuentro con Ricardo Bofill, en octubre de 1987, y conversamos sobre los Derechos Humanos, sin pensarlo, me brindé para apoyarlo. Desde entonces lamenté no haber descubierto antes que, quien ha gobernado a Cuba durante medio siglo ha sido el Diablo, en representación de Fidel Castro”.
Este libro de ahora, Inventar un hombre, es el segundo que publica fuera de Cuba, pues en 1989 su poemario Todos me van a tener que oir salió en edición bilingüe en Linden Lane Press, mientras ella estaba en la cárcel. “Mi primer libro de poemas, Apuntes para el tiempo, editado en 1964 por Ediciones R, gracias al escritor Virgilio Piñera, realmente pasó inadvertido, pese a que en la actualidad, gracias a él se me considera precursora de la poesía coloquial femenina. En 1965 formé parte del libro Cinco poetas jóvenes, editado en Cuadernos Girón, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Sin embargo, Todos me van a tener que oir, editado también por la UNEAC en 1970, fue causa de fuertes discusiones en una reunión a puertas cerradas de esa organización. El poema El traidor, inspirado en un hombre que había sido mi esposo (Guillermo Rivas Porta), fue interpretado por el caricaturista René de la Nuez, vicepresidente en aquellos momentos de la UNEAC, como una acusación a la figura de Fidel Castro. El libro prácticamente desapareció”.
No es de extrañar que a partir de ahí Tania estuviera siempre bajo la mirada recelosa de la Seguridad del Estado, sobre todo, cuenta, a partir de que mantiene una relación amorosa, que duró ocho años, con el comerciante japonés Yakashi Kanoh, de la compañía Meiwa, Mitsubishi, radicada en La Habana. “Entonces -añade- me dedico a estudiar la literatura japonesa, algo que se vio tan mal debido al dogmatismo castrista, que fui separada como miembro fundadora de la UNEAC, en agosto de 1977. Pero en 1992 Abel Prieto, presidente entonces de esa institución , envió un emisario a mi casa, que me propuso reincorporarme a la Sección de Literatura alegando que “conmigo se había cometido un gravísimo error”. Fue entonces que se publicó mi libro Flores amarillas cortadas al anochecer, y la plaquette Mientras giran las hojas del arce, escrito en los años 60”.
Ya para entonces, la vida de Tania había dado un giro abrupto, pero ahora en sentido contrario a la revolución, que la llevó a las celdas castristas y a los terribles años vividos en aquel infierno: “Como señalé antes, formé parte del Comité Pro Derechos Humanos de Cuba en 1987, presidido por Ricardo Bofill, con quien trabajé hasta el último día de su destierro. El Comité, compuesto por unos 12 o 13 activistas, prácticamente fue desintegrado gracias al maquiavelismo de Fidel Castro: unos al exilio y el resto a la cárcel. Como Secretaria General del Partido Pro Derechos Humanos de Cuba, fundado también por Bofill, comenzamos a recoger firmas para solicitar cambios de leyes y junto a esto, un plebiscito, tan necesario en Cuba. La petición del plebiscito la hizo el PPDHC el 6 de noviembre de 1988, día que había nacido mi madre en 1909 y quien murió en 1973 repudiando la dictadura castrista. Fue mi regalo de cumpleaños para ella y la prisión para mí. Cumplí un año de cárcel junto a asesinas, ladronas y mujeres que habían cometido los más horribles delitos. Al salir en libertad, en noviembre de 1989, traté de organizar de nuevo el Partido, en mi casa de Lealtad 365, pero no lo logré como quería. Mis mejores aliados estaban ya en el exilio y los nuevos que llegaban sólo pensaban en emigrar”.
Cuando Tanía fue enviada de nuevo a la cárcel, en 1990, algunos en el exilio emprendieron una campaña en pro de su liberación, en la que Linden Lane Magazine y Press y la activista feminista Ileana Fuentes, se dieron a la tarea de denunciar su terrible situación, que incluso llegó a las páginas de The New York Times donde Heberto Padilla y yo publicamos un artículo en su favor. Ella cuenta mejor que nadie lo sucedido:
“En aquellos momentos había obtenido refugio político, otorgado por el presidente de Estados Unidos, pero en vez de tomar el avión, con el asiento número 14 de un día que me habían señalado, mi casa fue asaltada una madrugada del 10 de marzo de 1990 por agentes de la Seguridad del Estado, robado el archivo del Partido y llevada de cabeza a una tapiada de ese centro diabólico, donde fui torturada psicológicamente durante seis meses por orden de Fidel Castro, amenazada con el fusilamiento, mientras mis dos hijitas quedaban solas en casa”.
Pero aunque ha sido muy dura la vida de esta mujer poeta, en una isla gobernada por el horror, Tania Díaz Castro es una de esas estrellas que brillan en lo alto, sin que hayan podido apagarla a escopetazos, odios, cárceles y penurias. Aquí está su obra, su poesía, brillando en el firmamento, iluminando un espacio que no se limita al cielo de Cuba. Inventar un hombre, le digo, refleja un amor mágico, quizás el mismo con el que ha amado a un solo hombre en todos los hombres: éste que ella ha inventado:
“Es posible que tengas razón en decir que Inventar un hombre refleja un amor mágico. Es un amor que tanto imaginé, que llegué a sentirlo como real. Fue mi último amor, el más puro, el más verdadero y sincero, el amor que quise inventar para una vejez decorosa, elegante, discreta y llevada a cuestas con honor, porque no concibo a una anciana enamorada de un hombre de carne y hueso. El amor es un poco locura, como la juventud. El hombre que yo inventé está presente espiritualmente entre las líneas de mis poemas, entre los muebles de mi casa, en la mesa donde como rodeada de mis seis gatos y mis tres perros, entre las plantas de mi jardín, junto a una flor que brota, aquí en Santa Fe, este pueblo donde se vive a lo Macondo, porque no hay donde divertirse, y sí mucho para pensar”.
Y al final, imaginándola invencible, en esa casita de Santa Fe, donde atesora sus recuerdos, me responde:
“Aquí, apartada de una Habana donde se le caen los balcones y los edificios, donde los turistas miran con indiferencia su miseria, la barbarie del sistema de los hermanos Castro, el rostro triste de los cubanos de a pie en busca de un chavito para comer, de historias extranjeras donde se hable de libertad, yo escribo mis sencillas crónicas sobre lo que veo, padezco y escucho y las envío como palomas mensajeras a nuestros hermanos del exilio. Es lo que escribo ahora y lo que seguiré escribiendo hasta que la muerte me lo prohíba, hasta que no pueda vivir más entre los hombres”.•
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