¿Tú también, Evtushenko?
BELKIS CUZA MALE
Han pasado los años, pero en mi casa de Fort Worth aún vive la presencia del amigo. Abro un álbum de fotografías y lo veo en su dacha moscovita, o junto al paisaje árido de su tierra. Levanto la vista y allí están sus libros, dedicados a Heberto. El de Abjacia, en Georgia, por ejemplo, con fotos bellísimas, tiene una enorme dedicatoria en español: ''Al querido Heberto Padilla --gran poeta, gran hermano-- de sus hermanos Eugenio Evtushenko (siberiano) y Djumer (georgiana). Abjacia es tu casa, Heberto, pero la próxima vez, por favor, solamente con Belkis, Evtushenko''. Y está firmado en el 90, durante la visita de Heberto a la antigua Unión Soviética, ya en pleno colapso.
Meses antes, Eugenio había visitado la universidad de Princeton para leer sus poemas. El encuentro fue emotivo, pues reunió a dos grandes poetas, y sobre todo, a dos amigos. En el anfitetro donde se celebraría la lectura, la gente se amontonaba para oír al ruso con aureola de rebelde, al más popular de la todavía Unión Soviética. Un poeta moderno, extravagante y extrovertido, cantando verdades como canciones. Un hombre que recordaba más a una figura de Hollywood que a un poeta oficial soviético, como algunos enemigos solían tildarlo. Eugenio tenía la gracia y la virtud de caer bien a casi todos, y en medio de la guerra fría apareció ante el público norteamericano como un enviado de paz, mostrando una extraña independencia de criterio, lo que le valió incluso aparecer en la portada de la revista Time.
El hombre que a los 25 años escribó su Autobiografía precoz era un predestinado de la historia y la poesía. Un rebelde con causa, mezcla de Bob Dylan y la enorme poesía rusa, sufrida y asesinada por Stalin. Eugenio representaría siempre a los que no sobrevivieron, a esos grandes poetas, desde Maiacovski, pasando por Yesenin y Mandelstan, hasta los que se exiliaron en París para luego morir de hambre, angustia o nostalgia, como contaría la fabulosa Nina Berberova. Al menos, su temperamento, gracia y dotes histriónicas lo salvaban siempre de ser un poeta oficial.
Porque a Eugenio no parecía dominarlo nada, ni nadie. Era rebelde de corazón y sabía expresar sus emociones. Sus lecturas se convirtieron en actos creativos, a la manera de las grandes estrellas del rock americano, arrastrando multitudes en estadios, plazas y fábricas. Sí, la tradición rusa se permite el lujo de sacar la poesía a las calles y Eugenio se convirtió enseguida en figura prominente y querida por lectores y oyentes. De modo que cuando en 1990 llegó a Princeton, una universidad acostumbrada a darle la bienvenida a la izquierda liberal --y que se había pasado los años ignorando nuestra presencia en el pueblo--, lo menos que esperaban era que comenzase su lectura de la noche presentando a su amigo, el poeta cubano exiliado Heberto Padilla. Por supuesto, la universidad siguió sin enterarse de nuestra existencia, y nunca se molestaron en invitarnos a ninguna de sus actividades, aunque sí estaban subscriptos a Linden Lane Magazine. ¡Qué ironía!
No fue la última vez que compartimos con el autor de Babi Yar. A raíz de la premire de su película Los funerales de Stalin nos invitó a Filadelfia, donde entonces impartía un curso universitario. Allí conocimos a su nueva esposa y a sus dos pequeños hijos. Meses después, Eugenio nos invitó a visitar la Unión Soviética. Todavía no se había desintegrado el sistema, pero andaba la perestroika y poco faltaba para que se produjese el descalabro. Por razones personales (mi madre gravemente enferma en casa) yo no fui a ese viaje, pero Heberto sí y regresó cargado de anécdotas y fotos de su estancia con Eugenio. Una experiencia única que le hizo rememorar los años compartidos con Evtushenko en la Unión Soviética, a principios de los sesenta.
Más importante que todo fue el telegrama de solidaridad que Eugenio envió a Heberto a La Habana durante nuestro arresto y autocrítica, en 1971. Por eso no puedo comprender que este mismo Evtushenko haya aceptado una invitación para ir a La Habana, al Festival Internacional de Poesía que acaba de finalizar. Ni tampoco que diese una entrevista a La Jiribilla, engendro de lo peor que ha nacido en Cuba, y que para colmo permaneciese callado ante la terrible situación de los disidentes presos, de la espantosa situación de oprobio en que vive el pueblo, y que tampoco recordara en ese llamado festival de poesía a su amigo muerto, su ''hermano'', como solía llamar a Heberto. En cambio, recordó que había estado en Cuba en 1961, durante la filmación de Soy Cuba, y que ahora le habían dado la misma habitación en el hotel Habana Libre.
Desde hace unos años, Evtushenko comparte su tiempo entre Tulsa, Oklahoma, donde imparte una cátedra en la universidad, y Moscú. ¿Qué razones, me pregunto, puede tener un intelectual de fama, un hombre que conoce al dedillo el macabro sistema comunista, para apoyar con su presencia un mediocre evento repleto de burócratas de la cultura y policías disfrazados de poetas? ¿Cómo puede hacer diferencia entre los crímenes de Stalin y los de Fidel Castro? ¿Qué ilusión puede haber en regresar a una Cuba donde los poetas van a parar a las cárceles, son silenciados o tienen que exiliarse? ¿Habrá perdido la memoria? ¿O estará preparando una nueva película, esta vez quizás con el título de "Los funerales de Fidel Castro"?
belkisbell@aol.com
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